domingo, abril 03, 2016

Ruido blanco *


Conocí la historia de Denise cuando, de paso por Los Ángeles, recaí en la casa de un viejo amigo argentino. Alquilaba una monoambiente en el primer piso de una casa en Silver Lake, antiguo barrio yonki que se había vuelto un barrio cada vez más de moda y hábitat fértil para hipsters del nuevo milenio. En la planta baja vivía una mujer de setenta años, que ya no encajaba mucho con el barrio, pero que se vestía exactamente como en los sesentas. Quizás por eso mismo, la señora no saludaba, se quejaba por ruidos molestos, llamaba a la policía cuando algún extraño merodeaba la zona. Lo que no había hecho nunca, supuse que por miedo, era denunciar a los distribuidores de metanfetamina que vivían en la casa de enfrente.

Una noche mi amigo puso un disco que yo le había regalado para agradecer su hospitalidad. Le pedí que subiera el volumen y pasó a explicarme la susceptibilidad de su vecina de abajo. Tuvimos que escuchar The psychedelic sounds of 13th floor elevators a un volumen bajísimo. Apenas se fue al trabajo, al día siguiente, aproveché para poner el disco a todo volumen. Supuse que la vecina se habría ido al trabajo. Pero al rato escuché el timbre. Bajé el volumen. A través de la mirilla me asomé y vi unos ojos celestes incrustados en un rostro huesudo, piel arrugada y curtida por el sol. 

Me preparé para lo peor: queja por ruidos molestos, amenaza de llamar a la policía. Abrí dispuesto a pedir disculpas, explicar que era un huésped y desconocía los usos y costumbres del edificio. Pero antes de que pudiera decir nada, ella, como en trance, se tomó la libertad de entrar al departamento y buscar con la mirada algo, quizás el origen de la música. Recién cuando vio el disco girando, pareció buscar mis ojos y pedir disculpas. Me dijo que hacía cuarenta años que no escuchaba la voz de Roky Ericson. Tal vez, si yo no lo hubiera puesto, nunca se habría reencontrado con su voz. Me dijo que ahora, escuchándolo, se sentía tan joven y desgraciada como la noche en que habían internado a Roky. “Los salvajes del servicio de salud”. Me llamó la atención escuchar en boca de una anciana afirmaciones tan tajantes. Pensé que desvariaba. Ella, como si me leyera el pensamiento, me dijo que en los sesentas, antes de mudarse a California, había conocido a Jannis Joplin cuando no era Janis Joplin. A través de ella se relacionó con el amor de su vida, Roky Ericson. Fue su amante hasta que la policía lisérgica de ese entonces lo confinó a un psiquiátrico y lo arruinó para siempre. Después de eso, ella se mudó a Los Ángeles y no supo nada más del cantante de 13 th floor elavators. Pasó años de aislamiento, dándole la espalda ya a cualquier tipo de experiencia lisérgica, junto a hombres torpes que parecían cortados a imagen y semejanza de Ronald Reagan.  Finalmente terminó trabajando en la alcaldía como asistente social y obtuvo su jubilación durante el mandato del actor y fisicoculturista Arnold Schwarzenegger. La psicodelia, The 13 th floor elevators, para entonces ya habían quedado lejos, en la historia de otro mundo. 

Terminó su relato y esperó mis palabras, ansiosa. Le dije que envidiaba su vida. Enseguida me sentí torpe y me apuré a explicarle que en general envidiaba a todos los que habían tenido oportunidad de atravesar la juventud en los sesenta. Como si yo acabara de decir una gran estupidez, se dio vuelta y salió sin cerrar la puerta. El lado A del disco hacía rato se había acabado y la púa amplificaba un ruido blanco.  

*  Columna publicada en Perfil, el 21/02/16

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