martes, febrero 09, 2016

Amor no correspondido *


Cada tanto llegan por correo electrónico historias perturbadoras. Es el caso de H, un amigo que se mudó a Londres para estudiar teatro, mantuvo por un año una compostura y una disciplina ejemplar que lo volvieron un ciudadano indeportable, hasta que una noche experimentó en unas pocas horas todo lo que un hombre puede padecer cuando el destino está frente al azar o fuera de cauce.
Berta, una estudiante alemana de la que secretamente se había enamorado y era su room mate, cierta tarde le preguntó si podía dejarle la casa por una noche. Mi amigo en principio se negó, dijo que era imposible porque no tenía novia, ni amante ni amigos que lo cobijaran, y además tenía que terminar un trabajo. Berta,  ante una respuesta que escapaba a su entendimiento, le ofreció entonces pagarle un hotel, ante lo cual H volvió a negarse: no podía trabajar en hoteles; los únicos que eran aptos para la lectura y la escritura costaban demasiado. Ella ofreció entonces pagarle un cuarto en un cinco estrellas. Él, estupefacto, intentó razonar: una noche valía lo que cada uno pagaba por el alquiler de una habitación en un barrio periférico de Londres. Se negó. Ella insistió y redobló la apuesta con desprecio: además del hotel, le pagaría quinientas libras para que hiciera alrededor de la ciudad eso que siempre había deseado y había aplazado por penurias económicas de estudiante. H vaciló, trató de digerir la alusión maliciosa  y sintió que, o bien indagaba hasta averiguar qué había detrás de todo eso, o bien aceptaba la derrota. Dedujo que si aceptaba la derrota, tal vez tendría una segunda chance.
Ella hizo un llamado y reservó un hotel en Kensington. Aunque él se sintió un canalla, aceptó de Berta, sin mirarla a los ojos, las quinientas libras antes de dejar la casa a las seis de la tarde. Se encaminó hacia el subte. Pensó que la mejor redención podía consistir en dilapidar esos quinientas libras de amor no correspondido en una scort, aunque fuera Berta en realidad “eso que siempre había deseado”. Indagó en su celular e hizo un llamado. La voz y el trato de la joven que lo atendió lo convencieron de que el servicio era el de una prostituta cara que no le iba a ofrecer el calor de una mujer. Volvió sobre sus pasos. ¿Si pudiera descubrir la razón de esa oferta desesperada? Se parapetó en el jardín de la casa contigua y vigiló a través de una verja la entrada de su propia casa.  Intentó consolarse pensando que tal vez Berta había organizado una fiesta para sus compañeros de la escuela de arte.
Pasaron dos horas sin movimientos. De pronto H se durmió. El llanto de un bebé proveniente del interior de su propia casa lo despertó.  Espió a través de la venta del comedor y vio a una mujer idéntica a Berta, pero con peluca y ropa típica de los setenta. Imaginó que se trataba de un disfraz, pero al rato la vio salir vestida así. Con una mano abrazaba a un bebé contra el pecho y con la otra sostenía una valija de cuero. La siguió con la vista unos metros. Ella subió a un choche de vidrios polarizados que la esperaba.
A la semana la policía visitó a H y lo invitó amablemente a declarar como sospechoso en el homicidio de María Kantor, joven alemana domiciliada ahí, hallada sin vida a orillas del río Támesis.   

* Columna publicada en Perfil Cultura el 27/12/15

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